miércoles, 21 de mayo de 2014

UNA VIRGEN VICTORIOSA: LA VIRGEN DEL ROSARIO Y LA BATALLA DE LEPANTO

Cuando el pasado año la Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad incorporaba a sus desfiles procesionales a la Santísima Virgen del Rosario en sus misterios dolorosos no sólo incrementaba su patrimonio devocional y artística, sino que posibilitaba a sus cofrades y a cuantos reciben la fuerza de su mensaje catequético una de las más antiguas advocaciones marianas, cargada de Fe, y de historia. Vayamos atrás en el tiempo.

Paolo Veronese. La Batalla de Lepanto
 (1572. Galería de la Academia de Venecia).
Se puede observar a la Virgen velando por
los cristianos durante la batalla.
7 de octubre de 1571. Extremo occidental del Golfo de Corinto, en el Mar Jónico, entre la Grecia continental y el Peloponeso. Al norte, un pequeño espacio se abre bajo la ciudad de Ναύπακτος (Neupactos): el Golfo de Lepanto.

A las siete de la mañana, se avistan dos inmensas flotas. La turca, mandada por Müezzinzade Ali Paşa (que aquí sería conocido como Alí Pachá), reunía 210 galeras y 87 galeotas con un total de 120.000 hombres a bordo (50.000 soldados, 15.000 tripulantes, 55.000 galeotes). Sus órdenes eran claras: Selim II, Sultán del Imperio Otomano, les había ordenado salir al encuentro de la flota cristiana, combatirla y derrotarla.

Frente a ellos, al oeste, los navíos de la Liga Santa: 328 buques de guerra, entre ellos 227 galeras y 76 fragatas con 98.000 hombres en su interior. Al mando de todos ellos, Don Juan de Austria. Su objetivo no era otro que poner freno al expansionismo turco por el Mediterráneo, y así, unía las fuerzas de España, los Estados Pontificios, las Repúblicas de Venecia y Génova, el Ducado de Saboya y la Orden de Malta.

La batalla es inminente y será cruenta. Los navíos de la Liga Santa tienen más piezas artilleras, pero los otomanos cuentan con otras armas, como las flechas envenenadas que se aprestan a disparar sus arqueros. Para los cristianos, la ayuda divina es una de sus máximas “á tal que Dios nuestro Señor nos ayude en la santa y justa empresa que llevamos”.

Se inicia un combate que durará todo un día, un domingo –primer domingo de octubre- en el que la Orden de Predicadores (los Dominicos) celebran a la Santísima Virgen del Rosario. Un día en que las tropas de la Liga Santa son acompañadas espiritualmente desde Roma, donde el papa San Pío V (dominico) ha convocado a las gentes a acompañarle en el rezo público de un rosario en la Basílica de Santa María la Mayor.

Al anochecer de aquel 7 de octubre, la Batalla de Lepanto presencia sus últimas escaramuzas. Los cristianos han obtenido una rotunda victoria. Sus bajas: 40 galeras y 7.600 hombres. Los turcos pierden 60 navíos y 30.000 hombres. Son apresados 190 barcos otomanos y se libera a 12.000 cautivos cristianos, apresando a 5.000 “infieles”.

Es el mayor triunfo naval de la Armada Española. Una contundente victoria, de la que uno de los soldados que pelearon en el Golfo de Lepanto, herido en un brazo en dicha batalla, el gran Miguel de Cervantes dijo que era: “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”.

Una victoria sin paliativos, atribuida además a la intermediación de la Virgen, ante lo que se incorporó una nueva letanía al rezo del Rosario, al nominar a la Virgen como “Auxilio de los Cristianos”, y declarando en lo sucesivo al primer domingo de octubre como el de la Virgen de las Victorias. Una festividad que, dos años más tarde, en 1573, Gregorio XIII fijaría en el 7 de octubre como día de la Santísima Virgen del Rosario.

La repercusión en todo el mundo católico fue enorme, y a ella contribuyó de forma notable la Orden Dominica, pero sobre todo la devoción popular que la acompañó y que hizo que surgieran entonces nuevas cofradías del Rosario. También en nuestra Diócesis.

En Cartagena, la Cofradía del Rosario, existente desde 1559 adquiere nueva relevancia, a partir de 1579, ya con control dominico, cinco años después de que –según el documento más antiguo que se conoce- surgiera en 1574 la Cofradía del Rosario en Lorca, sumándose a la cofradía murciana, existente desde tiempo atrás.


Así, la Virgen del Rosario es una de las más antiguas y seguidas advocaciones marianas, Auxilio de los Cristianos, Reina del Santo Rosario. Una Virgen que gana batallas para la Fé y que es fiesta universal para toda la Iglesia desde 1716, cuando el papa Clemente XI le atribuyó, una vez más, un trascendental apoyo para una victoria contra los otomanos, en este caso a la que obtuvo el ejército imperial austriaco en la Batalla de Petrovaradin en Temesvár (actual Timisoara, en Rumanía) en el marco de la III Guerra austro-turca.

Publicado en la revista 'Rosario Corinto' (Murcia) en 2014

domingo, 18 de mayo de 2014

PONCIO PILATO, PREFECTO DE JUDEA

Inscripción aparecida en 1961 en Cesarea
en la que aparece mencionado Poncio Pilato
En el año 67 a.C. fallecía en Jerusalén Salomé Alejandra, reina de Judea, dejando como heredero a su hijo mayor, Hircano II, al que había nombrado Sumo Sacerdote tras otorgar gran parte del poder a un restablecido Sanedrín. Sin embargo, el segundo de sus hijos, Aristóbulo II, al frente del ejército, reclamó el trono tras abandonar Jerusalén y conquistar casi todo el territorio de Judea. El enfrentamiento entre ambos hermanos, que había sumido a Judea en una Guerra Civil, llevó a Aristóbulo en el año 63 a.C. a ofrecer dinero al Ejército romano, que un año antes había conquistado Siria, para que actuara en su ayuda. Así, uno de los principales líderes romanos, el general Cneo Pompeyo Magno -que luego sería rival de Julio César en la Guerra Civil que dio origen al Imperio- atendió la solicitud de Aristóbulo y conquistó Judea, pero cuando éste acusó a los romanos de extorsión, Pompeyo, designó a Hircano como Etnarca y Sumo Sacerdote (le negó el título de rey), colocándole al frente de un reino aparentemente independiente, pero sometido en todo momento a la autoridad de Roma.

Nacía así una Judea romana, que en pocos años y tras sumar los territorios de Samaria e Idumea, se convertiría en provincia a cuyo frente se situaba un prefecto nombrado por Roma, y cuya gestión quedaba bajo el control del gobernador de Siria.

La figura del prefecto formaba parte del complejo entramado social, político y militar romano, y aunaba bajo su mando la autoridad civil y militar. Solía ser nombrado entre los miembros del 'Orden Ecuestre' una clase social acomodada en Roma (había que demostrar una fortuna mínima de 400.000 sestercios para recibir el anillo que acreditaba como miembro de la misma).

En el año 26 d.C., décimosegundo de gobierno de Tiberio, Poncio Pilato fue designado como V Prefecto de Judea, sustituyendo a Valerio Grato en Cesarea, la ciudad construida por Herodes el Grande donde estaba la sede del gobierno romano en la provincia de Judea y en la que apareció en 1961, en el transcurso de unas excavaciones, una inscripción en piedra, la única que se conoce, en la que aparece mencionado el nombre de Poncio Pilato.

De Poncio Pilato no hay datos fiables sobre su origen, aunque sí muchas leyendas y atribuciones de lo más curioso. Sobre su apellido, Pilato (en latín Pilatus) se han escrito varios posibles orígenes, aunque quizá el más extendido sea el que lo traduce como "hábil con el pilum" (nombre que recibía la lanza de los soldados romanos), lo cual le llevaría a ser descendiente de soldados. Tampoco hay datos sobre su origen, y múltiples ciudades (incluida alguna como Tarragona, en España) han sido mencionadas como tal. En Italia, la tradición lo vincula fundamentalmente a una zona comprendida entre las regiones de Campania y Puglia, al sudeste de la península itálica, al nordeste de Nápoles.

Sí sabemos que su relación con los judíos no fue buena, aunque su gestión debió satisfacer a Roma, pues hasta en tres ocasiones fue ratificado en su puesto (el cargo de prefecto se otorgaba por tres años, y Pilato estuvo diez en Judea). El historiador romano Flavio Josefo escribió que sus años de gobierno fueron muy turbulentos en Palestina, algo en lo que profundiza un coetáneo de Pilato, Filón de Alejandría, que dijo de él que se caracterizaba por “su venalidad, su violencia, sus robos, sus asaltos, su conducta abusiva, sus frecuentes ejecuciones de prisioneros que no habían sido juzgados, y su ferocidad sin límite”. (1)

Sus inicios como Prefecto estuvieron marcados por un curioso enfrentamiento con los judíos. Roma no contaba con legiones en Judea. La guarnición militar era de tropas auxiliares (reclutadas entre sirios, griegos y samaritanos y en un número en torno a 4.500 soldados). (2)

El prefecto, al igual que gran parte de las tropas residían en Cesarea, pero durante las grandes celebraciones judías se trasladaban a Jerusalén para controlar y vigilar las grandes aglomeraciones que allí se producían. Pues bien, en su primer año de mandato, Poncio Pilato envió a las tropas a Jerusalén portando todas sus insignias con la efigie del emperador y las águilas imperiales. Ello provocó una revuelta de los judíos, que consideraron aquello como una afrenta, y se manifestaron durante varios días ante la residencia del prefecto exigiendo su retirada, mostrándose incluso dispuestos a morir antes que a cesar en sus protestas. Pilato tuvo que ceder y retirar las insignias, lo que situó desde el comienzo a gobernante y gobernados en posiciones encontradas.

Lejos de aplacarse las malas relaciones, poco después Pilato afrontó la construcción de un acueducto con el que llevar agua de Belén a Jerusalén. Y para ello decidió tomar de las arcas del Templo de Jerusalén el dinero necesario con el que costear las obras. La nueva rebelión de los judíos fue esta vez controlada de forma violenta (3)

La tercera de las grandes revueltas durante la estancia de Poncio Pilato en Judea tuvo lugar en el año 35 d.C., cuando reprimió con violencia a un grupo de samaritanos que se habían congregado en el monte Gerizim contra los que hizo cargar a la caballería. Las protestas de los samaritanos ante el gobernador de Siria, Lucio Vitelio, finalizaron cuando Poncio Pilato fue relevado como Prefecto en Judea y enviado a Roma, donde llegó poco después de la muerte de Tiberio.

Se pierde ahí la relación de datos fehacientes sobre la figura de Poncio Pilato, si bien la mayor parte de documentos consultados se decantan entre dos opciones: que durante el mandato de Calígula pudo ser destinado a la Galia o que tras caer en desgracia se suicidó.


LA TRADICIÓN Y LA LEYENDA. SU ESPOSA CLAUDIA PRÓCULA


El juicio y muerte de Jesús de Nazaret no aparece mencionado en los escasos documentos romanos que hablan de Poncio Pilato, debiendo remitirnos a los Evangelios para encontrar la narración de los hechos.

Sin embargo, sí hay una amplia tradición cristiana, en muchos casos con reflejo literario, que mencionan a Poncio Pilato -en muchos casos convertido al cristianismo e incluso considerado martir por la iglesia copta y canonizado como santo por la iglesia Ortodoxa de Etiopía-. En dicho contexto cobra un papel relevante la esposa del prefecto, Claudia Prócula.

Ésta aparece mencionada en el Evangelio de San Mateo, cuando en pleno proceso a Jesús se dirige a su esposo y le dice: " No te mezcles en el asunto de este justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho" (Mt 27, 19). No es citada -eso sí- por su nombre, aunque muchos de los que han seguido su figura creen que es la Claudia que menciona San Pablo en su segunda carta a Timoteo, aunque no hay ninguna constancia real de ello.

La figura de Claudia Prócula adquiere especial relevancia en diversas religiones cristianas, y así es considerada santa desde el siglo VII por ortodoxos rusos y griegos, como también por la iglesia copta. Para sus seguidores resulta esencial el manuscrito encontrado en un monasterio de Brujas (Bélgica) a comienzos del pasado siglo y enviado al Vaticano. (4)

Según estas fuentes y opciones, la ascendencia y consideración de Poncio Pilato le vendrían otorgadas por su matrimonio, pues la verdaderamente relevante en Roma era la familia de su esposa. Tras su retorno a Roma, la leyenda por la que optan estos textos los sitúa convertidos al cristianismo y arrepentidos de su intervención en la crucifixión de Jesús.


ICONOGRAFÍA Y PRECISIÓN EN NOMBRE Y CARGO

Angustus Clavus (línea delgada de
púrpura en la túnica de los prefectos)
A la hora de estudiar adecuadamente la figura de Poncio Pilato, presente en múltiples escenas en la Semana Santa española, hemos de partir de que una incorrecta traducción ha derivado en múltiples menciones incorrectas de su nombre, que sólo finaliza en S en latín (Pilatus) pero no en español, donde siempre debe ser mencionado en singular: Pilato.

Del mismo modo, lo adecuado es referirse a su cargo como prefecto, no gobernador ni procurador, que erróneamente son también utilizados en diversos escritos. Prefecto -además- de Judea, no de Palestina.

Por último, y aunque en las diversas representaciones que de él encontramos en tronos de diversas ciudades, no siempre viste así, una adecuada representación iconográfica de Poncio Pilato -la que luce en el paso de la Cofradía del Amparo- ha de hacer que luzca en su mano el anillo que lo acredita como miembro del Orden Ecuestre y que vista el angustus clavus: las dos franjas de púrpura de dos dedos de ancho en la túnica como símbolo de su posición, siendo absolutamente inadecuado que luzca sobre la cabeza la corona de laurel (dorado en muchos casos), un privilegio que se reservaba a los generales victoriosos en su entrada en Roma, algo que nada tiene que ver con el perfil político y no militar del V Prefecto romano en Judea.


Publicado en 2014 en la revista 'Los Azules' (Murcia)

NOTAS

(1) Filón de Alejandría. 'De legatione ad Gaium'
(2) P.Constancio Cabezón, OFM. ¿Cómo ha juzgado la historia a Pilato? Tierra Santa. Revista de la Custodia Franciscana.
(3) Francisco Varo. ¿Quién fue Poncio Pilato?. Universidad de Navarra. En este documento se dice también que hay quien afirma que puede tratarse de la revuelta que menciona el Evangelio de San Lucas (Lc 13, 1).
(4) "Reliquias de Arrepentimiento. Las Cartas de Poncio Pilato y Claudia Prócula". Traducción de Catherine van Dyke.


sábado, 17 de mayo de 2014

CUATROCIENTAS MAÑANAS DE VIERNES SANTO

La mañana del 28 de marzo de 1614 partía del convento dominico de San Isidoro, en la calle Mayor de Cartagena, un cortejo penitencial organizado por la Cofradía del Rosario; una procesión que probablemente hiciera estación de penitencia en la Iglesia Mayor (la antigua Catedral cartagenera) para marchar a continuación hacia el arrabal de San Diego, de cuyo convento franciscano partía un Vía Crucis de doce estaciones hacia la ermita de Santa Lucía. Era la primera procesión de la calle de la Amargura, la primera de esas cuatrocientas mañanas de Viernes Santo en que Cartagena ha podido conmemorar plástica y devocionalmente el recorrido de Jesús Nazareno por la Vía Dolorosa.

Todo había comenzado unos meses antes, el 13 de diciembre de 1613, cuando Fray Jerónimo Planes, guardián del convento de los franciscanos descalzos de San Diego, ideó la construcción de un Vía Crucis desde su convento a la ermita de Santa Lucía. Un Vía Crucis que ya por aquel entonces era una práctica de oración difundida por los franciscanos –custodios de Tierra Santa- y que según las medidas que hicieron para el Padre Planes debía contar con una distancia similar a la que separaba el convento que habían establecido en 1606 los franciscanos reformados y la ermita que se situaba en el Zaraiche, en un paraje agrícola situado al sudeste de la ciudad con una amplia tradición religiosa que había sobrevivido al paso de los siglos y las culturas. Y es que en aquellas tierras fértiles, por aquel entonces aún prácticamente despobladas, habían establecido los romanos un templo dedicado a Júpiter Stator en los albores de nuestro tiempo. Y allí habían continuado peregrinando los cartageneros que, apenas reconquistada la ciudad en el siglo XIII, vieron como se erigía en el paraje de la fuente de San Juan un monasterio agustino.

Aquella “tierra santa”, en la que los sastres construyeron una ermita a su patrona, Santa Lucía, en 1602, era pues tierra de peregrinaje, y de devoción ancestral, y aquel fue el destino de un Vía Crucis que ideó Fray Jerónimo Planes y del que la crónica del convento de San Diego establece con total detalle quién costeó cada una de sus capillas. ([1]) Doce, porque en aquellos años ese era el número de estaciones que componían el Vía Crucis.

Unas capillas que se establecieron con rapidez, la que permitió que apenas tres meses después, cuando Fray Jerónimo Planes fue a predicar los oficios a Santa Lucía encontrara aquel cortejo que realizaban los del Rosario, un cortejo que se convertía así en la primera procesión de la madrugada o mañana de Viernes Santo.

La Cofradía del Rosario había nacido en Cartagena en torno a 1559, y dos décadas después se trasladó al convento de los dominicos, toda vez que según una disposición del papa Pío V –dominico-, esta orden habría de reclamar que todas las cofradías de la Virgen del Rosario estuviesen bajo su dirección.

No existen datos sobre procesiones en Cartagena en el siglo XVI, ni sobre cofradías que tuvieran esta finalidad en sus cometidos. Habría de ser a partir del impulso recibido por las cofradías tras finalizar el Concilio de Trento (1563) cuando aparecen las primeras referencias escritas, que nos permiten saber que en 1613 la Cofradía del Rosario organizaba la procesión del Santo Entierro, que sería así la más antigua –en contra de lo que se suele afirmar- de Cartagena. Pero no sabemos si nació ese año o lo hizo con anterioridad.

Lo que sí sabemos es que en 1614, hace cuatrocientos años, salió por vez primera la procesión de la Calle de la Amargura entre el convento dominico y Santa Lucía. Una procesión que rememoraba el recorrido del Nazareno por la Vía Dolorosa. Una procesión que, tras quedar interrumpida su organización por la epidemia de peste de 1648, volvería a salir en 1663 aunque ya, desde ese año, organizada por la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

Son cuatrocientas mañanas de Viernes Santo para una Cartagena que hoy, sigue transformando cada año ese amanecer en el epicentro devocional de la Semana Santa. Una Semana Santa que este 2014 vivirá el IV Centenario de la segunda de sus procesiones en antigüedad. Una procesión que, como no podía ser de otra manera, se hizo muy pronto marraja y como tal sigue hoy siendo el referente de la Pasión en Cartagena.

Publicado en 'Madrugada' en 2014
FOTOGRAFÍA: Antigua postal de la Dolorosa (Marrajos). Foto Sáez



[1] “Hoy, día de Santa Lucía, siendo guardián del convento de San Diego en Cartagena Fr. Gerónimo de Planes, se mide la distancia que hay desde el compás de dicho monasterio hasta la ermita de Santa Lucía; y viendo que es exactamente en piés geométricos, la que marca el ritual para el Calvario, se acuerda por algunas personas piadosas el repartirse las ermitas para edificarlas á su costa; siendo estas la mujer de Pajares, que se comprometió á costear la primera en la punta del compás; Diego Bienvengud Rosique, la segunda, y Félix Cortés Romano, el Cristo que está en ella; la tercera, la mujer de Puerta; la cuarta, D. Juan Bienvengud; la quinta, los congregantes de la Iglesia mayor por ofrecer esta mucho gasto, pues hay que rellenar un gran hoyo y ensanchar el camino; la sexta, Ginés Ruiz; la  séptima, los pescadores; la octava, queda á cargo de los pobres; la novena, al de los tenderos; la décima, al del P Pedro Beta; la oncena, al de los hermanos de la orden tercera, y el Calvario se encargaban de hacerlo los cofrades del Rosario, á cuyo cargo estaba el hacer la procesión del Entierro de Nuestro Señor Jesucristo el Viernes Santo.” (Martínez Rizo, Isidoro. Fechas y Fechos de Cartagena, 1894)

viernes, 16 de mayo de 2014

LA MÚSICA DE LAS AGRUPACIONES MARRAJAS. VIII - SANTÍSIMO CRISTO DE LA LANZADA

La Agrupación del Santísimo Cristo de la Lanzada, una de las de más reciente fundación en el seno de la cofradía marraja, atesora desde sus orígenes una de las marchas más representativas del Viernes Santo; una pieza que, sin duda alguna, se encuentra entre las más destacadas de la amplia producción compositiva realizada, a lo largo de una dilatada carrera, por el músico santomerano, afincado en Cartagena, José Torres Escribano.

Y no pasó mucho tiempo entre la creación en 1979 de la Agrupación y el estreno en 1981 de la marcha ‘La Lanzada’, la más conocida de las dos que componen su patrimonio musical. Tan solo una procesión, pues en su segunda participación en la procesión del Santo Entierro, ya contaba con una obra dedicada a su Titular.

José Torres Escribano (1910-2004) fue, sin duda alguna, unos de los más conocidos músicos vinculados con nuestra Semana Santa. Nacido en Santomera (Murcia), llegó a Cartagena a los nueve años, incorporándose a un coro infantil en la Casa de Misericordia y estableciéndose ya de forma definitiva en nuestra ciudad en 1932, al entrar a formar parte de la Música de Infantería de Marina. No perdió, eso sí, los vínculos con su localidad natal, y así creó en ella en 1979 –el mismo año que nació La Lanzada- una banda de música, “Los Parrandos”, que perduró hasta el fallecimiento de su director, y que durante toda su existencia acompañó a esta agrupación marraja en la procesión del Santo Entierro.

El vínculo de Torres Escribano, el “Maestro Torres”, con La Lanzada se concretó en 1981 con la composición de la marcha referida, la tercera de las compuestas por el veterano músico para la Semana Santa cartagenera.([1])

El propio autor describió así su obra:

“Recuerdo que una tarde de Viernes Santo, me encontraba visitando los tronos de la procesión marraja en Santa María de Gracia. Mi buen amigo, el periodista y locutor de radio, Manolo López, estaba arreglando el nuevo trono de La Lanzada. Hablamos y comentamos que, sin duda, sería una novedad en nuestras procesiones, y que incluso, sería discutido. Pero el trono causó impacto y a mi me impresionó y me gustó. Poco después fui contratado para actuar con mi banda de música: Los Parrandos, de Santomera, en el desfile de Viernes Santo. Tuve ocasión de contemplar detenidamente el trono y, francamente me emocionó.

Estando una tarde en el café Puerto Rico, mi estimado amigo Pepe Sanchez Macias (presidente del tercio de La Lanzada), me invitó a que compusiera una marcha para su tercio. Acepté la invitación; sin duda, Dios crucificado me inspiró, porque pedí una servilleta de papel y marqué, como es costumbre en mí, unas líneas divisorias y, con un bolígrafo, compuse unos compases de lo que sería la introducción. Una vez en casa, y ante una hermosa fotografía del crucificado, empecé a trabajar sobre el tema. El lápiz corría mas que nunca. Sinceramente diré que una de mis mejores obras la concebí allí. Yo tenía mucha fé en mi trabajo. La orquesté para la plantilla de mi banda, y después de escucharla me gusto mucho. La noche del estreno (Viernes Santo de 1981), había algo de expectación. Los comentarios fueron muy buenos y los críticos fueron dadivosos conmigo. La introducción de la marcha está inspirada como es natural en la tragedia de la calle de la Amargura; el primer tema nos recuerda los sollozos de las mujeres de Jerusalén en compañía de la Madre Amantísima. Se escuchan sones de trompetería, ya está cerca el Calvario. Llegamos al tema más emocionante que es la melodía de Jesús Crucificado. En ese momento trágico en que Longinos clavó su lanza en el costado de Jesús.” ([2])

Contaba pues la Agrupación del Santísimo Cristo de la Lanzada con una marcha propia desde prácticamente su nacimiento, conformándose así como un sonido característico en el acompañamiento musical de su desfile procesional. No sería, eso sí, la única marcha que habría de conformar el patrimonio de esta agrupación.

En 1990, de nuevo el Maestro Torres escribía una marcha para la Agrupación de la Lanzada. Aunque en este caso con un título llamativo que hoy puede inducir a error a la hora de fijar su atribución. Se trata de la marcha ‘Las Negaciones de San Pedro’, cuya dedicatoria es claramente explícita: “Afectuosamente a mi gran amigo Pepe Sánchez Macías, Presidente de la Agrupación de la Lanzada. Cofradía Marraja.

Corresponde esta composición a un proyecto que se planteó a finales de la década de los ochenta, cuando en respuesta a la intención de la cofradía california de procesionar un grupo compuesto por un Crucificado y un romano con una caña y una esponja y que respondía al nombre de ‘Tengo Sed’, en el seno de la Cofradía Marraja se replicó con la elaboración de un proyecto para incorporar una imagen de San Pedro.

Aquel proyecto, que tomó cuerpo en el seno de la Agrupación de La Lanzada llegó a avanzar bastante, como atestigua, por ejemplo, esta marcha, que hoy completa el patrimonio musical de la agrupación, que sin embargo no suele interpretarla en procesión.

Mientras la primera de las marchas ha sido grabada en dos ocasiones: en el CD editado por la Fundación Marraja en 1996 e interpretado por la Música de Infantería de Marina del Tercio de Levante y en el que en 2001 publicó la Agrupación de Portapasos-Promesas de la Santísima Virgen de la Piedad con la Banda Sinfónica de la Guardia Real, la segunda de las marchas no ha sido aún grabada.

La Lanzada incorporó, eso sí, otra pieza a su repertorio habitual en la asignación de marchas que hace varios años realizó la cofradía marraja. Se trata de ‘In Memoriam’, compuesta en 1921 por el músico catalán Agustín Coll Agulló (1873-1944). Una marcha que ha encontrado su sitio en la Semana Santa cartagenera, estando presente en el acompañamiento a diversos tercios y que cuenta con una triste historia: la que llevó a su autor a dedicarla “a la memoria de sus hijos” fallecidos, los tres que tuvo, con corta edad.

El fallecimiento en 2004 del Maestro Torres trajo consigo la desaparición de la banda de Los Parrandos de Santomera. Así, la Agrupación de La Lanzada tuvo que afrontar la búsqueda de una banda que sustituyera a la que siempre la había acompañado en procesión. Recurrió para ello a la Música de la Academia General del Aire, que desfiló con su propia uniformidad y no luciendo el habitual vestuario de las bandas de música en consonancia con el de los tercios a los que acompañan. Tras ésta lo hizo la Sociedad Sinfónica de Picassent (Valencia), que sería reemplazada por la más joven de las bandas cartageneras, la Unión Musical Cartagonova, que es la que en la actualidad acompaña a esta agrupación.

Publicado en 'Ecos del Nazareno' 2014
FOTOGRAFÍAS: José Francisco Lillo (Trono), Diana Domínguez (Banda)





[1] Anteriormente había estrenado en 1975 ‘La Piedad’ (conocida por todos por su subtítulo: “Plegaria”) y un año después 'El Discípulo Amado', para la Agrupación de San Juan Evangelista (Marrajos). Tras 'La Lanzada' presentó otras dieciséis marchas dedicadas a agrupaciones marrajas, californias o del Resucitado, si bien las tres primeras constituyen, muy probablemente, las más relevantes de toda su amplia producción musical
[2] TORRES ESCRIBANO, José. “La Lanzada. Apuntes musicales de mi marcha”. En ‘La Lanzada 1986’.

jueves, 15 de mayo de 2014

SAN PEDRO APÓSTOL: EL PATRIMONIO MUSICAL MÁS EXTENSO DE LA SEMANA SANTA CARTAGENERA

La música es un elemento esencial en la Semana Santa de Cartagena. Las marchas no sólo solemnizan el paso de nuestras procesiones y constituyen un valioso patrimonio artístico de agrupaciones y cofradías, sino que además tienen la extraordinaria facultad de permitirnos disfrutar de ellas en cualquier momento del año, en que sus compases nos trasladan a las calles de nuestra ciudad y nos hacen revivir momentos que permanecen en nuestra memoria.

A lo largo de decenas de años –más de un siglo ya-, el acervo musical de las cofradías se ha ido forjando con un buen número de marchas propias, compuestas para nuestras imágenes, agrupaciones y tercios, como así mismo por otras muchas piezas que, no siendo compuestas para Cartagena, se han hecho con un hueco en el patrimonio musical de nuestras procesiones. Muchas de estas marchas se conservan, otras, por el contrario, han ido quedando en el olvido y tan sólo conocemos su existencia mediante referencias de prensa o de antiguos documentos que nos relatan la Semana Santa que fue.

Pues bien, en ese impresionante archivo musical de nuestras cofradías, ninguna agrupación reúne tantas marchas en su patrimonio como la de San Pedro Apóstol, que desde su fundación a nuestros días conserva –que conozcamos- un total de ocho marchas propias, a las que hay que sumar, además, alguna marcha foránea que no es por ello menos sampedrista que las que fueron dedicadas a ella.

Ocho marchas son un número más que destacado, que como digo no alcanza ninguna otra agrupación cartagenera. Y posiblemente haya alguna más, porque sería de lo más lógico pensar que en la brillantísima etapa compositiva que vivió nuestra ciudad a finales del XIX y comienzos del XX surgiera alguna otra marcha dedicada al primer pontífice, imagen de gran raigambre no sólo por su participación en la magna procesión del Prendimiento, sino por el concurrido traslado que, mucho antes de convertirse en 1930 en procesión, protagonizaba cada Martes Santo desde el Arsenal.

Un traslado que, además, y esta es una cuestión relevante, era el día de estreno para las marchas que cada año incorporaba la Música del Tercer Regimiento de Infantería de Marina fueran o no dedicadas a San Pedro. Por ello, antes de que conozcamos marchas dedicadas a esta agrupación, sí que nos consta que otras, dedicadas a agrupaciones marrajas o californias eran interpretadas ante el trono de San Pedro en Martes Santo, siendo estrenadas antes que con aquellas agrupaciones que eran sus ‘destinatarias’. (1)

Una marcha que sí se conserva y que, aunque no conocemos su dedicatoria, muy probablemente fuera estrenada ante San Pedro es la que lleva por título ‘Pasionaria’, obra del que fuera consiliario californio Andrés Hernández Soro. Éste, hijo de Julio Hernández Costa, era como su padre un hombre de inquietud cultural y amplia actividad que le llevó, sin ser músico, a componer alguna marcha de procesión. Hernández Soro, editor de la revista “Cartagonova” fue asesinado a comienzos de la Guerra Civil. Su marcha se conserva en el archivo de la Música de Infantería de Marina del Tercio de Levante sin que haya sido interpretada en las últimas décadas.

En lo relativo a San Pedro, es muy probable que músicos de la relevancia de Ramón Roig o Jerónimo Oliver, que dirigieron la Música del Tercer Regimiento de Infantería de Marina (Tercio de Levante) le compusieran alguna marcha, como sabemos que hicieron en calidad y cantidad, pero desconocemos la existencia de ninguna anterior a las primeras documentadas, a finales de los años cincuenta.

Porque habría de ser 1957, año en que la Agrupación de San Pedro celebraba sus “Bodas de Plata”, el que diera lugar a las dos primeras que conocemos, ambas de idéntico nombre: ‘San Pedro Apóstol’, compuestas por Eduardo Lázaro y Alberto Escámez.

Aunque las fechas de estreno de las mismas varían según la fuente consultada, parece que la primera de ellas vendría a ser la del músico cartagenero Eduardo Lázaro Tudela titulada como digo ‘San Pedro Apóstol’ y cuya fecha vendría a ser la de 1958. Lázaro Tudela había sido durante muchos años componente de la Música de Infantería de Marina, optando a un puesto de director que consideraba debía asignársele, por lo que cuando no fue así, renunció a su pertenencia a la misma. Comenzó una larga trayectoria al frente de diversas bandas de nuestro entorno geográfico, tiempo en el que también compuso algunas marchas, no en un número elevado, pero sí todas ellas de calidad. La que dedicó a San Pedro fue grabada en tan solo una ocasión, en la doble cinta magnética editada en 1990 por la agrupación marraja del Descendimiento.

Un año más tarde, si hemos de fiarnos de la fecha que se le atribuye, encontramos la segunda marcha denominada ‘San Pedro Apóstol’, en este caso obra de un músico muy notable en otro ámbito, como fue Alberto Escámez López, por aquellos años director de la Unión Musical Torrevejense. Escámez, andaluz de nacimiento, fue durante muchos años músico en Málaga, donde desarrolló una gran labor al frente de la Banda del Real Cuerpo de Bomberos, en un período en el que es considerado como el músico que instauró el actual planteamiento de las bandas de cornetas y tambores. Sin embargo, tras su llegada a Torrevieja abandonó dicho género y se pasó al de la marcha de banda de música, de las que tan solo compuso tres, una de ellas, la que nos ocupa. Una marcha que fue grabada en una ocasión, en la cinta de casete editada en 1982 por la Agrupación de San Pedro.

Durante tres décadas no conocemos ninguna otra marcha sampedrista, hasta que en 1993 un músico cartagenero destacado en un panorama compositivo ajeno a las bandas, Gregorio García Segura estrenaba ‘Las Tres Negaciones de San Pedro’, la única de las composiciones de este prolífico autor de bandas sonoras cinematográficas dedicada a una agrupación california, pues sus otras tres marchas las dedicó a su cofradía, la marraja.

Y no sería la única marcha que San Pedro incorporó en los noventa, pues cuatro años más tarde, en 1997, Benito Lauret Mediato, cartagenero y director de las Orquestas Sinfónicas de Madrid o Asturias entre otros lugares, firmaba una marcha de amplia connotación marinera y gran calidad, ‘Las Llaves del Reino’, que pasaba a ser la cuarta de las composiciones del patrimonio propio de los sampedristas.

Y ya en el siglo XXI llegaron las cuatro siguientes. La primera de ellas, con un nombre claramente inspirado en la aparición de Cristo a San Pedro cuando éste se disponía a abandonar Roma huyendo de una persecución a los cristianos a los que finalmente no dejaría solos, tuvo por nombre ‘Quo Vadis, Domine’ y fue compuesta por Jesús Añó Martínez en 2002. Añó, músico valenciano de amplia formación, entró en 1976 a formar parte de la Música de Infantería de Marina, y desde finales de los noventa dirige también en el ámbito civil en Torre Pacheco.

En 2004, Alfonso Fernández Martínez, mayordomo californio y en los últimos años el más prolífico compositor de la Semana Santa cartagenera estrenó una marcha cuyo nombre forma parte del más hondo sentimiento sampedrista desde hace décadas: ‘La Samaritana’. Sería la primera de tres composiciones dedicadas a esta agrupación, pues en años siguientes sumó a ésta ‘Arrepentimiento de San Pedro’ (2005) y ‘Pedro Marina Cartagena’ (2007), la que cierra –de momento- el amplio número de marchas en el patrimonio propio de los sampedristas. Una marcha que, además, tuvo una cuidada descripción en la revista Tiara del año 2007, cuando el propio autor relata que ésta incluye los primeros compases del himno vaticano (Pedro), el metal y la madera (Marina) y una melodía inspirada en Cartagena.

Pero sería un grave error limitar un somero repaso al sonido de San Pedro sin incluir la referencia a una marcha que no fue compuesta en Cartagena ni para nuestras procesiones. Una marcha que, sin embargo, es con toda probabilidad la primera que nuestro recuerdo vincula al paso de penitentes y trono de San Pedro. Me refiero, como no, a ‘¡Mektub!’ la más conocida de las composiciones realizadas por el músico militar guipuzcoano Mariano San Miguel Urcelay, quien la publicó en su propia revista (Harmonía) en 1925.

‘¡Mektub!’ es San Pedro, aunque no sea sólo San Pedro. Se interpreta en otros muchos lugares (es, por ejemplo, la marcha más representativa de la Semana Santa de Tobarra, Albacete) y se ha grabado casi cuarenta veces en múltiples provincias de España. Su nombre, ‘mektub’ es una exclamación árabe que viene a significar “estaba escrito” y muy probablemente deriva de la experiencia de San Miguel como músico militar en las contiendas del norte de África. Como curiosidad, el platillo con el que comienza su interpretación en Cartagena es una incorporación propia, pues no figura en la partitura original, pero “es necesario” para que la marcha discurra con el compás al que desfilamos en nuestra ciudad, es decir –simplificando- para que empiece con el redoble.

Ocho marchas propias y una acogida y emblemática que, como digo, sitúan a la agrupación california de San Pedro Apóstol como la que más patrimonio musical atesora, y que invitaría a ésta a editar alguna vez una publicación sonora con tan amplio repertorio. Lo esperamos ansiosos.


Publicado en la revista 'Tiara' en 2014
FOTOGRAFÍA: Postal de la Agrupación de San Pedro Apóstol (Californios) 

NOTAS:


(1) – Es el caso, por ejemplo, de ‘Cristo Yacente’, obra de Julio Hernández Costa dedicada en 1926 a la citada imagen marraja con motivo de su llegada a Cartagena y estrenada el Martes Santo en el traslado de San Pedro.

miércoles, 14 de mayo de 2014

BANDERAS DE NUESTROS PADRES


Hubo un tiempo en que España era muy de de banderas al viento, ya fueran rojigualdas o rojinegras (y no precisamente de la Flagelación). Un tiempo en que, pese a ello, nuestros padres no usaban banderas. Banderas de cofradía. Para ellos bastaba con colocarse en la solapa un lazo rojo o morado, identificativo procesionista que los situaba a uno u otro lado de la calle del Aire. Eran marrajos o eran californios. Un símbolo, el lazo, que perdura hoy tan solo en esa cada vez más desnaturalizada Llamada que sigue celebrándose cada noche de Miércoles de Ceniza.

Antes de las bufandas (bordadas o cargadas de escudos de solapa como inspiradas en un uniforme del más condecorado de los militares) adornaran los cuellos del sanedrín que preside el paso por la calle Jara de la procesión contraria, no era tiempo de banderas.

Estoy hablando, es obvio, de banderas en los balcones, de banderas marrajas, californias, del Resucitado o del Socorro. De puntos que surgen como un sarpullido en el ‘incomparable marco’ de los desfiles pasionales de Cartagena.

De un tiempo en que, a lo sumo, nuestros padres colocaban en sus miradores, sobre los barrotes de hierro forjado de los balcones de un casco menos antiguo, alguna bandera de España sin escudo. Largos metros de tela de bandera que compraban en López Méndez o en Tejidos Julián. Inmensos rollos de trazado rojigualda que servían lo mismo para dar la bienvenida a Cartagena a algún jerarca que para ocultar a la vista de transeúntes (vestidos o no de nazareno) las piernas de las jóvenes que presenciaban el paso de una procesión desde los balcones de unas casas por aquel entonces habitadas.

Lo de colocar banderas de cofradía en los balcones es algo más nuevo. Es una de esas tradiciones de toda la vida que no tiene más de veinte años, y cuya irrupción vino a coincidir, curiosamente, con el despoblamiento de nuestro casco antiguo.

Convivían por aquel entonces las banderas de las casas que aún habitaban nuestros abuelos, con las de esas otras que volvían a abrir sus ventanas al paso de la procesión, en las que sus hijos y nietos colocaban como señal de conquista su bandera en el balcón. “Casa marraja”. “Casa california”. “Casa deshabitada el resto del año”, faltaba añadir.

Las banderas se pusieron de moda. Llegaron incluso más allá del recorrido de nuestras procesiones. Adornaron balconadas del Ensanche. Subieron más alto. Las llevaron incluso a alguna urbanización de las afueras de Cartagena en la que, como un lunar de extraño color aparecía una bandera en la fachada de un duplex.

Nuestros padres no ponían banderas, pero eran más de cofradía. Iban a misa incluso cuando no era organizada por su agrupación, cuando las cofradías organizaban casi más procesiones que misas. Conocían las virtudes de la caridad, pero no por ello dejaban de comentar esto o aquello, de “soltar borderías” entre procesionistas, porque una cosa no quita la otra,… aunque de sus conversaciones en bares o peluquerías no quedara constancia para la posteridad en las redes sociales.

Eran de cofradía, y para serlo no tenían la necesidad de poner una bandera en el balcón. Eran procesionistas, sí, y probablemente se habrían llevado las manos a la cabeza con esas ocurrencias –que las hay- de poner banderas de colores que no son morado, rojo, blanco o negro (y hasta con fotos) para presumir, sobre todo, de agrupación. Pero claro, nuestros padres se hubieran llevado las manos a la cabeza con más de una de las cosas que hacemos. E incluso habrían depositado sus manos en nuestras cabezas, en contundente coscorrón, si vieran que somos capaces de cenar y tomar copas ante imágenes para las que luego pedimos respeto en procesión.

Eso sí. Alguno pensará que ahora somos más actuales. Más modernos. Y que lo hacemos todo bien. Y además, faltaría más, ponemos banderas en los balcones.

Publicado en la revista 'Capirote' en 2013
FOTOGRAFÍA: Montaje de Manuel Maturana Cremades



CONSTRUYENDO UNA GRAN AGRUPACIÓN. Wenceslao Tarín y José Ramón, presidentes de la Agonía

Siempre hemos escuchado que La Agonía nació en 1929 en el seno de la Asociación de Hijos de María del Patronato. En realidad, quizá sería más adecuado decir que la Asociación de Hijos de María asumió a partir del año siguiente una nueva función con su participación en la procesión del Viernes Santo, y que muy probablemente, en los primeros años de nuestra existencia no deberíamos hablar de una estructura o un devenir agónico diferenciado y totalmente independiente de la citada asociación.

Y es que aunque resulten determinantes en los libros de historia, no debemos caer en el error de pensar que las fechas fundacionales supusieron una configuración completa de la vida interna de las agrupaciones, pues éstas evolucionaron poco a poco hasta adquirir, con el paso de los años, muchos de los rasgos que hoy caracterizan a cada una de ellas haciéndola única e inigualable.

Del mismo modo, no debemos olvidar que en los primeros años, no sólo debía configurarse la personalidad de cada agrupación, sino que la misma existencia de éstas era una novedad en el seno de la cofradía, y que también ésta debía avanzar en el nuevo modelo existente, que la hizo más participativa, más abierta y numerosa en el número de sus miembros.

Aquellos jóvenes iniciaron un camino que habría de llevar a nuestra agrupación a constituirse como una de las más señeras de nuestra Semana Santa. Un camino en el que es de justicia reconocer la existencia de dos períodos extensos y muy marcados, aquellos que nos definieron como hoy somos: las presidencias de Wenceslao Tarín y de José Ramón, sin cuya eficaz dirección es imposible conocer la personalidad actual de los marrajos de la Agonía.

 Tarín, el hombre de la cofradía

Desde el comienzo, la cofradía buscó integrar a los jóvenes patronateros en su estructura, “hacerlos marrajos”. Tal y como nos contó por escrito Santiago Mediano, lo hizo en un principio emplazando a tres de sus comisarios: José Barberá y los hermanos Manuel e Ignacio Ramón en el seno de la agrupación. Manuel Ramón se convertiría, poco después, en el segundo de nuestros presidentes.

Aquellos jóvenes debían ser un grupo de amigos, compacto, unido por una forma común de ver las cosas. Por su parte, la cofradía, una vez finalizada la Guerra Civil, continuó su proceso de integración de las agrupaciones en su estructura, para lo que en muchos casos siguió destinando a algunos de sus comisarios como presidentes de las mismas.

Wenceslao Tarín Ruiz (1907-1972) fue elegido presidente de La Agonía al finalizar la Semana Santa de 1940, sin que en aquel momento formara parte de la agrupación. Contaba con tan solo 33 años, pero a esa edad ya había acumulado un más que notable currículo en la cofradía.

Hijo de una familia acomodada (su padre era notario), a los 17 años ya era Secretario de la Cámara de Comercio, y antes de la Guerra había sido penitente de la Soledad, miembro de la Agrupación de Granaderos y, en 1930, fundador de la Agrupación del Descendimiento, de cuya junta directiva fue Secretario, un cargo que también desempeñaría más tarde en la cofradía.

Aunque probablemente fuera el hecho de no ser elegido presidente del Descendimiento el que le llevara a la Agonía, lo cierto es que se integró en nuestra agrupación desde el primer momento y que ya, desde entonces, fue un agónico más, desarrollando una muy fructífera labor en la más larga de las presidencias que hemos tenido.

Durante 32 años, hasta su fallecimiento, presidió La Agonía, que comenzaba a crecer como agrupación marraja. Durante el mandato de Tarín se diseñarían además algunos de nuestros rasgos más característicos, además de incorporar el patrimonio más destacado.

Desde el primer momento de su presidencia, no sólo se repone lo desaparecido en la Guerra Civil, sino que se suman otros muchos cambios. La agrupación adopta un nuevo nombre (Santa Agonía en lugar de La Agonía), incorpora nuevos colores de su vestuario: los que desde entonces la han caracterizado (blanco y morado), enriquece su patrimonio gracias al mecenazgo de Juan Magro y se consolida en el seno de la cofradía marraja. Se instituye el Día de la Agrupación el Jueves Santo y se crea un nuevo tercio, el de la Vera Cruz.

Especialmente significativa resultaría la incorporación a partir de 1950 de una imagen de la Virgen a los pies del Cristo, primero con la Dolorosa que procesionaba también en la procesión del Encuentro (la “Virgen Guapa”) y a partir de 1964 con la Virgen de la Amargura, donada por el propio Tarín en recuerdo de su hija, fallecida el año anterior.

Junto al espíritu entregado y austero de los fundadores, la Agonía es ya una agrupación marraja de Semana Santa, madura y con una notable presencia en el devenir diario de la cofradía. Se emprenden medidas que, con el tiempo, serán determinantes en el desarrollo de la actividad ordinaria de los agónicos, como la financiación mediante la venta de lotería o la organización de obras de teatro. Se apela, en suma, al compromiso y a la rectitud de los agónicos, a su trabajo y a su buen hacer en la vida cotidiana y en el desfile.

Wenceslao Tarín falleció, siendo presidente de la Agrupación de la Santa Agonía y Vera Cruz el 31 de diciembre de 1972.

José Ramón, o la vuelta a los orígenes

El cambio de régimen político en España y una más que notable crisis económica caracterizaron la década de los setenta del pasado siglo. Una década que en nuestra agrupación culminaría con la elección en 1979 de José Ramón Ballesta como presidente.

Se abría una nueva etapa, y José Ramón, hijo de quien fuera presidente entre 1931 y 1940, aunaba en su persona todos los factores que marcarían algunas líneas maestras de su presidencia: era agónico de segunda generación y había vivido el sentimiento marrajo y agónico desde niño. Era, además, el primer presidente de la agrupación que a su llegada al cargo tenía amplia experiencia como directivo de la misma (durante tres décadas) y había sido penitente y vara del tercio.

Alumno del Patronato e Hijo de María, su formación posterior como ingeniero contribuía a que tuviera también un más que notable conocimiento de las cuestiones técnicas, algo que pudo aplicar también al conjunto de la cofradía, en la que durante muchos años fue Comisario General Técnico.

La presidencia de José Ramón se extendió a lo largo de dieciocho años, en los que se produjeron notables aportaciones al patrimonio de la agrupación y a su crecimiento, especialmente con la creación del tercio de la Condena de Jesús, que posibilitó la incorporación de la mujer a los desfiles procesionales de la misma. Sin embargo, quizá el rasgo más característico de este período es el esfuerzo realizado –y conseguido- por recuperar los lazos con los orígenes de la Agonía, que a medida que las generaciones iban sucediendo a aquellos que sentaron las bases de su creación, iban quedando atrás.

Así, las Juntas Generales volvieron a celebrarse en el Patronato, que acogió también las celebraciones del Día de la Agrupación cada Jueves Santo. El Cristo de la Agonía se situó al culto, primero en la capilla del Cuartel de Instrucción –donde había residido la primitiva imagen fundacional de la agrupación- y posteriormente en la capilla del Patronato, además de instituirse cada tarde de Sábado de Pasión el Traslado solemne de la imagen de nuestro Titular.

Procesionista del Año en 1990, autor de diseños de numerosos bordados, entre ellos los estandartes de los tercios de la Condena de Jesús y la Vera Cruz, bajo su mandato hubo notables incorporaciones al patrimonio agónico, pues además de todo cuanto supuso poner en la calle el tercio de la Condena, se logró por vez primera la existencia de un trono propio para la Vera Cruz, además de renovar la Cruz que lo preside. Se ampliaron y mejoraron los hachotes de la Agonía, se renovó completamente el sistema de iluminación del trono de la Agonía, se compusieron las marchas ‘La Condena de Jesús’ y ‘La Vera y Santa Cruz’,…

Pero, como digo, sus años como presidente permitieron, sobre todo, que la Santa Agonía del siglo XXI pudiera crecer sin olvidar sus raíces, sin dejar de honrar los principios que hace 84 años dieron origen a nuestra agrupación.



Publicado en la revista 'Agonía' en 2013