miércoles, 30 de marzo de 2011

EL PALIO DE RESPETO EN LAS ANTIGUAS PROCESIONES MARRAJAS

Una imagen que puede sorprender a muchos a la hora de contemplar antiguas fotografías de las procesiones marrajas es la presencia, tras el trono del Yacente –como también tras el del Nazareno en la Madrugada- de un palio portado por capirotes, el llamado “palio de respeto” que, como seña de veneración a quien ostentaba la presidencia de la procesión, formaba parte de los cortejos de la cofradía marraja hasta los primeros años de la posguerra.

A lo largo de los siglos se han acuñado numerosos símbolos destinados a la liturgia, al culto católico. Muchos de ellos se han conservado y consolidado, mientras que otros, por mor de una simplificación de la liturgia o por dinámicas diferentes se han ido perdiendo. En el caso del palio, aunque su uso desapareciera en Cartagena hace cinco o seis décadas en materia procesional, quedando circunscrito a la Custodia del Santísimo (se mantendría para el traslado del Santísimo Sacramento, en procesiones como las del Corpus Christi o en el Viático que se llevaba a los enfermos), lo cierto es que sigue siendo un símbolo que podemos encontrar perfectamente en procesiones de Semana Santa de toda España.

El origen del palio es remoto y no parece haber un acuerdo al respecto del mismo. Para algunos su origen sería judío, y podría relacionarse con el tabernáculo que custodiaba el Arca de la Alianza, con la necesidad de preservar a cubierto lo sagrado. Tampoco parece claro el origen etimológico, puesto que tanto podría provenir del latín “pallium” (manta) en alusión a su parte superior, como de “palium”, también latín y que significa palos, por los elementos que sustentan éste. Lo que sí es un hecho constatado es que, como otros múltiples elementos litúrgicos, fue incorporado como simbología real, de forma que era usado por la monarquía como seña de distinción. Así, el palio, además de acompañar al Santísimo, fue utilizado por el papa y otras dignidades eclesiásticas en una primera instancia, y posteriormente por diversos reyes.

En España fue un privilegio concedido por el Sumo Pontífice a los Reyes Católicos y, desde éstos, utilizado durante siglos por los monarcas españoles en ceremonias religiosas. Cuando el papa dejó de utilizar algunos símbolos tradicionales que se consideraron inadecuados (como la silla gestatoria o la tiara), algo que tuvo lugar en 1978 durante el breve pontificado de Juan Pablo I, también dejó de aparecer en diversas ocasiones bajo palio, si no era portando al Santísimo. Igualmente, y en el ámbito civil, S.M. el rey Don Juan Carlos I, prescindió de su uso desde el inicio de su reinado en 1975, condicionado quizá por el uso abusivo que de este elemento había hecho su antecesor al frente de la Jefatura del Estado.

Circunscrito así a un ámbito religioso muy concreto, no se ha perdido su uso en modo alguno, ni siquiera en lo relativo a las procesiones de Semana Santa. Es obvio que existen los llamados “pasos de palio” que, en Andalucía y en las localidades o tronos que en esa comunidad se inspiran, portan la imagen de la Virgen. Y es que si la sagrada forma es, merced a la consagración, el Cuerpo de Cristo, la Virgen María es considerada primer tabernáculo de Dios. “Arca de la Alianza”, “Vaso de sabiduría”, “Casa de Oro” como es nombrada en las letanías del Santo Rosario.

Así, el palio pasó a ser un elemento más de realeza que se incorporó a la iconografía mariana, como la corona real, el manto o el trono. En sus más antiguas apariciones en este contexto, aparecía también en forma de baldaquino, como es el caso del antiguo trono de la Virgen del Rosario de Murcia, en que las cartelas mismas forman un arco que, a modo de palio se remata en una corona real. Confeccionada a partir de ahí una forma propia de la manifestación procesional andaluza, el “paso de palio” se confirmó como el de la Virgen con que, como cotitular, cuenta toda cofradía o hermandad.

Sin embargo, el palio, en el sentido estricto de la expresión, el palio tal y como se podía ver en los actos litúrgicos o como tenemos constancia de que salía en Cartagena a tenor de las fotos antiguas, sigue saliendo en muchos casos en procesiones de toda España tras el Titular, como “palio de respeto”.

En la cofradía marraja, el palio sigue presente como baldaquino en el trono del Santo Cáliz. Originalmente este trono contaba con un palio de forma convencional, que fue sustituido por el actual cuando se realizó en 1969 el nuevo trono que abre las procesiones marrajas. Sí que ha desaparecido, desde una época que podríamos situar en los años cuarenta o quizá primeros cincuenta, el palio de respeto que, entre los diversos elementos que componían la estética del tercio del Sepulcro en la procesión del Santo Entierro, seguía figurando tras el Yacente. Igualmente, en la Madrugada lo hacía tras el Nazareno.

El palio que procesionaba tras el Cristo Yacente era portado por seis penitentes de la agrupación, que vestían de color oscuro –es dificil interpretar en las fotografías en blanco y negro si era morado o negro- y desfilaba inmediatamente después del trono, antes de la representación civil y eclesiástica. Incluso se podría especular con que su eliminación fuera una deferencia a estas autoridades para que pudieran contemplar mejor la imagen del Yacente.

Con todo, no hay un motivo claro que explique por qué dejó de procesionar. La liturgia no sólo no lo impide, sino que no ha experimentado cambio alguno que motivara una justificación para prescindir del mismo. Tan sólo un cambio estético, de funcionalidad o de simplificación del cortejo justifica su desaparición. No existe constancia en las actas de la Agrupación del Santo Sepulcro de este hecho, como tampoco de las distintas modificaciones que en materia estética se produjeron y que trajeron como consecuencia los distintos objetos que, al margen de los hachotes procesionaron los penitentes o la presencia de monaguillos o capirotes como borlas junto a la cruz que encabeza el desfile del tercio. Probablemente llevaría como alternativa la presencia de los maceros que hoy día, y con un carácter más profano, desde luego, que el palio de respeto, escoltan a la imagen que preside cada Viernes Santo la procesión del Santo Entierro.

La desaparición del palio de respeto se suma así a una serie de símbolos que en otros tiempos estuvieron presentes en los cortejos pasionales de nuestra cofradía, y que vinculaban mucho más que hoy día los aspectos procesionales con los litúrgicos. Es el caso, por ejemplo, de la ancestral costumbre según la cual en la procesión de la Calle de la Amargura el Nazareno llevaba en una de sus manos, colgando de una cinta, la llave del sagrario del Monumento que se había colocado durante los oficios de Semana Santa en la iglesia de Santo Domingo, llave que había sido depositada por el prior de los dominicos. Una costumbre ésta que aún hoy podemos ver en una imagen de similar iconografía y vinculación con la Orden de Predicadores: el Nazareno de Viñeros, que procesiona en la noche del Jueves Santo en la ciudad de Málaga.

Publicado en la revista 'Capirote' en 2009

EL ANTIGUO CORTEJO DEL YACENTE. LA PROCESIÓN DEL SANTO ENTIERRO ENTRE 1663 Y 1880

Existe una cierta costumbre de considerar que, de las dos procesiones marrajas de Viernes Santo, la de la Madrugada o de la Calle de la Amargura presentaba antiguamente un carácter más “teatral”, al representarse en la misma el acto del Encuentro, mientras la de la Noche o Santo Entierro tenía una configuración diferente, más austera y solemne. Esta es una percepción falsa, pues como trataré de explicar, ambas procesiones tenían en sus orígenes y durante sus dos primeros siglos de existencia, una configuración y un sentido similar, en el que la espectacularidad de la escena mostrada durante la noche era incluso superior a la de la Madrugada, aunque en ella no participara el Titular de los marrajos, sino que se centrara en la figura del Cristo Yacente.

Cuando en 1663 el Obispo de Cartagena, Juan Bravo, autoriza a los marrajos la realización de las procesiones de Viernes Santo, éstos configuran un discurso procesional íntimamente ligado a las ceremonias y oficios de Semana Santa en los que toman parte activa, los del convento de San Isidoro, de la Orden de Predicadores (Dominicos). Así, podríamos decir que en realidad todos, oficios y procesiones, constituyen una única ceremonia, la de la conmemoración de la Pasión y Muerte de Cristo. En dicha liturgia, los frailes y fieles tienen su lugar, como también los personajes que vivieron los duros momentos de la Pasión en la Jerusalén del siglo I, sólo que estos últimos representados –como es lógico- por imágenes que tomarán parte en los cortejos procesionales cada una en su propio trono.

Gracias a un antiguo texto, del que tan solo se conserva la referencia de su reproducción por Federico Casal en El Noticiero (1) y llamado “Método y Orden que se debe practicar en la Semana Santa en el Convento de Santo Domingo con su comunidad y arreglo de las procesiones de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno”, conocemos algo de aquella celebración de la Pasión por los marrajos. Aun cuando no tenemos una descripción minuciosa de aquellos actos, sí podemos obtener una idea aproximada.

En la tarde del Jueves Santo los dominicos comenzaban su celebración de los oficios litúrgicos, cuya culminación era –lo sigue siendo- el traslado del Santísimo al Monumento que se había instalado en la iglesia conventual de Santo Domingo. En ese momento, tal y como refleja el documento mencionado, la llave del sagrario era entregada por el prior de la Orden al Hermano Mayor de los Marrajos, que la colocaba en las manos del Titular de la Cofradía, el Nazareno, que la llevaría allí durante la procesión de la Madrugada (2).

Recogían entonces los cofrades el relevo de los frailes, y el Nazareno salía en su trono a las calles de la ciudad, recorriendo la calle de la Amargura, rememorando sus últimos momentos antes de ser crucificado. En dicho camino encontraba a la Verónica, que llevaba en sus manos el paño con el que limpió el rostro de Cristo, y a la Soledad, que iba precedida por el apóstol San Juan, cada uno en su trono. El acto el Encuentro, como es sabido, tuvo lugar hasta 1761 en la plaza Mayor (del Ayuntamiento) y desde ese año en la de la Merced. En aquella procesión, tras el trono del Titular, figuraba, en lugar preferente, la comunidad de los dominicos.

Recogida la procesión, tenían lugar en su momento a lo largo del día, los oficios del Viernes Santo, y entre ellos el acto del Desenclavamiento y la colocación del Yacente en su trono. Comenzaba entonces el cortejo fúnebre de Cristo, el Santo Entierro, cuya espectacularidad sería, sin duda alguna, de un gran impacto para los ciudadanos de la época.

Imaginemos por un momento aquella procesión, entre las calles a oscuras, en una ciudad que estaba lejos de tener alumbrado público. Partía de Santo Domingo y se adentraba en la calle Honda para, a continuación, rodear el convento de los franciscanos y por lo que hoy es la calle San Antonio el Pobre llegar hasta la de los Cuatro Santos. La luz de los hachotes de cera de los penitentes iría precediendo a la Vera Cruz, el vacío altar del Sacrificio de Cristo. Y tras ella, el Yacente, tras el que irían autoridades civiles y religiosas. Tras éste, y cada uno en su trono, los familiares y amigos de Jesús lo acompañaban en este entierro, muy similar a los que podrían verse de cuando en cuando por las calles de la ciudad: Santa María Magdalena, Santa María Cleofé, Santa María Salomé, el apóstol San Juan, la Virgen de la Soledad.

Ese cortejo fúnebre de tronos de una sola imagen se mantendría sin variación entre 1663 y 1880, pero tras la reapertura de Santo Domingo como parroquia castrense (había sido abandonada de forma obligada por los dominicos en 1835 con motivo de la Desamortización), los marrajos cambian el discurso de su procesión del Santo Entierro, incorporando un Calvario (hasta 1881 no procesionó ningún crucificado en la Semana Santa de Cartagena) y uniendo en un solo trono las imágenes de las Santas Mujeres y la Vera Cruz. Renunciaban así a que la procesión fuera una escenificación del cortejo fúnebre de Cristo, adoptando una configuración más narrativa de los momentos vividos en el Calvario, algo que se acentuaría en años sucesivos con las incorporaciones de la Piedad (1906), el Descendimiento (1930), Jesús Nazareno (1934-1935 y desde 1950), Santo Amor de San Juan (1953-1959), Santo Entierro (1959), La Lanzada (1979) y el Expolio de Jesús (1984).

Sin embargo, y pese a todo ello, queda como herencia el papel preferencial del Yacente en la procesión del Santo Entierro –con independencia del hecho de procesionar en ella el Titular de la Cofradía- y el desfile tras el mismo de autoridades civiles y eclesiásticas.

  
Notas:

(1) Federico Casal. El Noticiero, 27 de marzo de 1945
(2) Este acto sigue pudiéndose ver hoy día en un convento dominico de Málaga, de donde parte el llamado Nazareno de Viñeros en la noche de Jueves Santo, llevando en sus manos lleva las llaves del sagrario que le han sido entregadas por el fraile dominico que ha celebrado los oficios.

Publicado en la revista 'Capirote' en 2009