En 1580 la Orden de Predicadores, los
Dominicos, autorizaba la apertura de un convento de esta orden en la ciudad de Cartagena,
tal y como había solicitado un año antes el Concejo de la ciudad. Un convento
que quedaría finalmente establecido, finalizadas su construcción, en 1587. El
establecimiento de los dominicos coincidiría en el tiempo con los de otras
órdenes, como los agustinos o los franciscanos, cuya presencia dotaría de un
notable impulso a la vida religiosa de la ciudad. El silencio que durante años
ofreció el titular de la
Diócesis a las reclamaciones del Concejo solicitando la
apertura de nuevas iglesias o el envío de clérigos regulares con los que
atender las crecientes necesidades espirituales de Cartagena se vería
compensado así con la llegada de estos frailes.
Una consecuencia que se derivaría
así mismo de la llegada de cada una de las órdenes religiosas serían los nuevas
costumbres devocionales que éstas impulsarían, así como la aplicación de las
bulas o privilegios que tenían concedidas y que vendrían a modificar algunos
aspectos del proceder religioso de los cartageneros.
En el caso dominico, que es el
que nos ocupa, hay que recordar que en 1208, en el monasterio de Prouilhe, en
el sudeste francés, la Virgen
se había aparecido a Santo Domingo de Guzmán, enseñándole el rezo del rosario,
que portaba en sus manos. Ligada en origen por tanto esta oración a la Orden de los Dominicos, éstos
se encargaron de su divulgación y consolidación. Así, en 1470, otro monje
dominico, Alano de la Roche ,
establecería la estructura inicial del rezo del Rosario y fundaría en Douais
(Francia) la primera cofradía con esta advocación mariana, cofradía matriz de
la que partirían todas las que, a imagen de ella, se crearían por el mundo.
Un siglo más tarde, el 17 de
diciembre de 1569, Pío V, papa dominico que sería posteriormente proclamado
santo, promulgó la bula ‘Consueverunt
Romani Pontífices’ por la que daba al rezo del rosario la forma que ha
perdurado hasta nuestros días. Tres años después, el 5 de marzo de 1572, el
mismo papa, mediante la bula ‘Salvatoris
Domini’, instituía el 7 de octubre como la fiesta de la Virgen de la Victoria o del Rosario,
ligando así esta festividad a la victoria que ese día había tenido lugar, bajo
la protección de la Virgen ,
en la Batalla
de Lepanto.
Serían esas fechas muy inmediatas,
como estamos viendo, a la creación del convento dominico de Cartagena. Años en
los que el culto a la Virgen
del Rosario había adquirido una extensión notable, que había derivado en la
creación de cofradías con el patronazgo de la Virgen en esta advocación. Así fue el caso de
Cartagena, donde, en la única parroquia de la ciudad, la de la Asunción o Catedral
Antigua, se constituyó una Cofradía del Rosario.
Con la llegada de los dominicos,
éstos reclamaron para sí, en función de lo dispuesto por San Pío V, la
dirección espiritual y el control de la cofradía mencionada, por lo que ésta se
desplazaría a una nueva sede en el convento de la Orden de Predicadores.
Trasladada, como se ha dicho al
convento dominico, algunos hechos nos dan cuenta del potencial de esta cofradía
y de la importancia concedida al culto de la Virgen del Rosario por los dominicos. Así, la capilla
del Rosario se encontraba en construcción en 1631, finalizándose su retablo en
1650, siendo obra del artista albaceteño Miguel Filipo (3).
Sirva como dato que el retablo del altar mayor no se finalizaría hasta cuatro
décadas después, en 1691, por Ginés López e Ignacio Caro (4).
El retablo marrajo habría de esperar casi un siglo, hasta 1730.
Como se ha visto, la Cofradía del Rosario
sería la iniciadora de las procesiones de Viernes Santo, si bien, a comienzos
del XVII, es decir, poco después de la fecha dada como inicial, existirían
también otras que participaron en dichas procesiones (5),
todo ello hasta que en 1663 la Cofradía
Marraja recibe del Obispo Juan Bravo el mandato
de organizar las procesiones de Viernes Santo.
“Fuera de estos días salía también en la misma forma con la Virgen del Rosario todos
los años en la madrugada y noche del día ocho de septiembre. A esta procesión
se la llamaba vulgarmente del rosario largo, y había en ella la particularidad
de que en vez de cirios se llevaban faroles. Delante iba una preciosa cruz de
cristal de grandes dimensiones, conteniendo en su interior once luces; y junto
al trono de la Virgen
cuatro grandes faroles, de forma artística, dos de quince luces cada uno y los
otros de trece; y dos de figura piramidal, a estilo de torres”. (6)
La capilla del Rosario en Santo Domingo
Como se ha indicado, junto a la de Nuestro Padre
Jesús Nazareno, la capilla del Rosario es una de las dos más destacadas del
templo conventual. En origen, fue la más considerable, tanto por sus
dimensiones como su decoración, sintomáticas de la relevancia espiritual que
desarrolló la cofradía con el respaldo de la orden dominica.
En 1822 los dominicos, al
comienzo del proceso desamortizador que se desarrolló en España al iniciarse el
siglo XIX y que tan lesivo resultó para el patrimonio cartagenero, hubieron de
abandonar el templo y el convento. En ese momento venderían el retablo del
altar mayor a la parroquia de la localidad de San Javier. Cuando retornaron dos
años más tarde, el de la capilla del Rosario sería trasladado al presbiterio
del templo, por ello, quedó desplazado de su ubicación original y se perdió
irremisiblemente por el derrumbe que esa parte del templo tuvo durante los años
en que estuvo abandonado (1835-1875) y que derivarían en una reconstrucción, ya
como parroquia castrense, para su apertura en 1880, cuando se levantaría la
actual cúpula del crucero y el ábside en su totalidad.
Sí se conservan los frescos en la
cubierta de la capilla actual, rematada por una cúpula. En sus pechinas podemos
ver a los cuatro dominicos que han sido elegidos papa a lo largo de la
historia:
El beato Inocencio V, que sería
el primero de ellos y que tan sólo ocuparía la silla papal cinco meses en 1276,
Benedicto XI, también beato y que sería papa entre 1303 y 1304, San Pío V
(1566-1572) y por último Benedicto XIII (1724-1730) al que no hay que confundir
con el llamado Papa Luna, que se atribuiría el mismo nombre.
Estas pinturas reflejan en los
cuatro casos una imagen idealizada de los pontífices con sus atributos papales
(todos ellos tienen junto a sí una tiara) pero en ningún caso obedecen a un
retrato pormenorizado de éstos, siendo notablemente diferentes a las imágenes
conocidas de cada uno de ellos.
Por su parte, la cúpula también
está decorada en su interior con frescos. Dividida en ocho sectores, cuatro de
ellos tienen motivos ornamentales, mientras los otros presentan ángeles con
elementos eucarísticos o propios de la adoración, como puede ser un incensario.
Como se ha visto, las dos
cofradías principales establecidas en el convento de Santo Domingo “pared con
pared” eran la marraja y la del Rosario. También existían otras como la de la Aurora , si bien las que
protagonizaban mayor número de actos de culto externo y contaban con más
miembros eran las dos reseñadas.
A este respecto no debemos
olvidar que la relación de ambas con la orden de Predicadores no era algo
testimonial, sino que ésta dirigía espiritualmente la vida de los cofrades y
que éstos debían contar con la aprobación de la Orden para sus
planteamientos cotidianos (7).
Por tanto, se puede hablar con naturalidad de la hermandad de estas cofradías,
regidas por una misma dirección espiritual.
Pero mientras los marrajos
contaban con la propiedad de su capilla, no era éste el caso de los del
Rosario, por lo que con la
Desamortización los del Nazareno pudieron permanecer en su
ubicación y los del Rosario se vieron forzados a trasladar a su Titular, en
ambas ocasiones (1822-1824 y a partir de 1835) a Santa María de Gracia,
ocupando la capilla que había sido erigida a San Juan Nepomuceno (la actual
capilla de la Virgen
de Lourdes). Traslados que ser harían en procesión con toda solemnidad, “con
asistencia de la ciudad y autoridades de la plaza y del departamento” (8).
Eso sí, mientras González y
Huárquez escribe que la imagen de la
Virgen del Rosario retornó a Santo Domingo tras su reapertura
como templo castrense en 1880, Rubio Paredes (9)
la sigue situando en Santa María de Gracia a comienzos del siglo XX.
En 2003 la Cofradía Marraja
recibía de la familia Duelo la donación de una imagen de la Virgen del Rosario, que
sería atribuida al escultor valenciano José Esteve Bonet (1741-1802). No
conservaba el Niño Jesús, que sería realizado por Arturo Serra. Retomaba así la Cofradía una ligazón
histórica con sus orígenes dominicos y con una devoción con la que compartiría
no sólo origen, sino un largo camino conjunto, primero bajo la dirección
espiritual de la Orden
de Predicadores y después al compartir un espacio sagrado común.
Hoy, curiosamente, la Virgen de la Soledad preside la antigua
capilla del Rosario, mientras que la del Rosario ocupa el espacio que en tiempos
tuviera la Soledad
en la capilla marraja. Retomado así el culto a la Virgen del Rosario por
parte de los marrajos, que en múltiples ocasiones han tenido a esta imagen como
motivo central de su altar del Corpus Christi, parece que un paso importante habría
de constituirlo la potenciación de los cultos en su festividad, en el mes de
octubre, quien sabe si incluso con la recuperación de la procesión que antaño
recorriera las calles de la ciudad y que, probablemente tuviera al frente la
cruz procesional que hoy es preciado patrimonio marrajo, la llamada “Cruz
Reliquia” en la que la Soledad
lleva un visible rosario al pie de la
Cruz.
(1) En el testamento “dispone que acompañe su cuerpo, una vez fallecido, con su crucifijo”. Montojo, Vicente y Maestre de San Juan, Federico. La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno (Marrajos) en los siglos XVII y XVIII. Página 22.
(2) Montojo y Maestre. Op. Cit. Págs. 21 y 26. Añaden, sobre el Vía Crucis que éste “está en perfecta consonancia con una tradición dominica que se remonta a principios del siglo XV, cuando el beato zamorano Álvaro de Córdoba construyó un Vía Crucis en la subida al Convento de Santo Domingo Escalaceli, en Monte Muriano, cerca de Córdoba”.
(3) Montojo y Maestre. Op. Cit. Pág. 24.
(4) De la Peña Velasco , Concepción. El Retablo Barroco en la Antigua Diócesis de Cartagena (1670-1785). Pág. 181.
(5) Montojo y Maestre, en La Cofradía de NPJN (Marrajos) durante la Edad Moderna mencionan también a las Cofradías de la Columna , la Oración del Huerto y Cristo Crucificado.
(6) González y Huárquez, Manuel. Reseña Histórica del Convento de San Isidoro (Orden de Santo Domingo).
(7) En este sentido bastaría para hacerse una idea de la importancia de la dirección dominica la controversia generada en 1758 y 1759 y que reflejan Montojo y Maestre en La Cofradía de NPJN (Marrajos) durante la Edad Moderna (págs. 160-177).
(8) González y Huárquez. Op. Cit. Pág.13
(9) Rubio Paredes, José María. El templo de Santa María de Gracia… Pág. 150
BIBLIOGRAFÍA:
DE LA PEÑA VELASCO ,
Concepción. El Retablo Barroco en la Antigua Diócesis de Cartagena
(1670-1785). Ed. Asamblea Regional y otros. Murcia, 1992.
GONZÁLEZ Y HUÁRQUEZ, Manuel. Reseña
Histórica del Convento e Iglesia de San Isidoro (Orden de Santo Domingo) de
Cartagena. Cartagena, 1880.
LÓPEZ MARTÍNEZ, José Francisco. Una imagen de Gloria para la Cofradía Marraja. En Ecos del Nazareno 2003. Cartagena, 2003
MONTOJO MONTOJO, Vicente y MAESTRE DE SAN JUAN, Federico. La
Cofradía de Nuestro
Padre Jesús Nazareno (Marrajos) de Cartagena en los siglos XVII y XVIII.
Ed. Cofradía Marraja. Cartagena, 1999
MONTOJO MONTOJO, Vicente y MAESTRE DE SAN JUAN, Federico. La
Cofradía de Nuestro
Padre Jesús Nazareno (Marrajos) durante la Edad Moderna. Ed. Cofradía Marraja. Cartagena, 2007
RUBIO PAREDES, José María. El
templo de Santa María de Gracia de Cartagena heredero de la Catedral Antigua. Ed. Junta de Cofradías de Semana Santa de Cartagena. Cartagena, 1987