sábado, 12 de junio de 2010

EL ORIGEN HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ EN LAS PROCESIONES MARRAJAS

La presencia en las procesiones marrajas de la Cruz vacía, remarcando la ausencia de un Cristo que ha muerto y espera a la Resurrección, de la Cruz como altar de un sacrificio que se ha consumado en el Calvario, se remonta a los mismos orígenes de la cofradía, allá por el siglo XVII.

Es sabido que la ausencia de documentación histórica es un problema importante a la hora de conocer los pormenores del pasado de los marrajos. Sin embargo, sí contamos con alguna narración, como la del marino y estudioso José de Vargas Ponce (1760-1821), que estuvo en Cartagena entre 1794 y 1797, contaba ya este trono entre los que componían el cortejo marrajo de la noche de Viernes Santo (1). Procesionaba tras el trono del Yacente y precedía al de Santa María Salomé.

Sin embargo, resultaría erróneo considerar a la Vera Cruz exclusivamente como un trono en la procesión del Santo Entierro, dado que el concepto procesional de los marrajos en aquellos siglos era bastante diferente al que tenemos en la actualidad.

En nuestros días, la procesión es una escenificación de la Pasión de Cristo en la calle. Un cortejo que tiene como marco la trama urbana del casco antiguo de Cartagena y que comienza en el momento de la salida de los participantes en éste por la puerta de la iglesia de Santa María de Gracia, manteniendo durante el recorrido una conducta medida, arbitrada por el diapasón del tambor. Una procesión que se mantiene en un ritmo constante, con ligeras variaciones, hasta culminar en el momento de la entrada de nuevo a la iglesia de Santa María, contando como punto álgido con la recogida de la imagen de la Virgen, despedida por el pueblo, que encuentra así su participación en la liturgia procesional, cantando la Salve.

Sin embargo, el Viernes Santo marrajo de aquellos años debe entenderse en un concepto mucho más amplio que el de la organización de las procesiones. El día a día de la Cofradía contenía multitud de actos, que aumentaban al llegar la Semana Santa. En un contexto religioso vivido con mucha intensidad, las procesiones eran una parte importante en el conjunto de las actividades de los marrajos en los días de la Semana Santa, que eran mucho más amplias que la presencia en la calle, y que incluían su participación, como cofradía, en los oficios religiosos que se celebraban en el convento en el que estaban establecidos, el de Santo Domingo.

Un destacado estudio realizado por Federico Casal y publicado por éste en El Noticiero ha posibilitado que se conserve testimonio de un manuscrito que, probablemente, sea el más destacado documento de la antigua liturgia de los marrajos: “Método y Orden que se debe practicar en la Semana Santa en el Convento de Santo Domingo con su comunidad y arreglo de las procesiones de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno”, del año 1773 (2).

Gracias a este texto podemos conocer que las procesiones formaban parte de un conjunto de actos litúrgicos que se iniciaba en los oficios de Jueves Santo. Cada una de las dos procesiones de los marrajos tenía su propia personalidad, pero tenían como elemento común la ausencia de escenas en sus tronos. Todos estaban configurados en torno a una sola imagen, siendo así los protagonistas, en cierto modo, actores de una representación plástica de la Pasión. Y si esto se ha considerado siempre importante en la procesión de la Madrugada (3), no lo era menos, en aquellos tiempos en la de la noche.

Siendo importante el Encuentro y contando con notable admiración y concurrencia (hasta el punto de plantear en 1761 su traslado de la plaza Mayor a la de la Merced, algo a lo que se resistió con fuerza el Concejo de la ciudad), la fuerza litúrgica y escenográfica si se quiere de la noche, del Santo Entierro, no era en modo alguno desdeñable, aunque absolutamente diferente.

Tras la recogida de la procesión del Encuentro, el Nazareno había llegado al Calvario y se preparaba la conmemoración de Su Muerte. La Cruz hacía acto de presencia en las celebraciones de la iglesia del convento de Santo Domingo. Una ceremonia en la que participaban, de forma conjunta, dominicos y marrajos. Así lo narra Casal en el documento antes mencionado: “Después de retirada la procesión de la calle, entra la Comunidad en los Oficios, y el Hermano Mayor toma la llave del Sagrario, y al descubrimiento de la Cruz, sale la Cofradía con hachas y se incorpora a la Comunidad”. (4)

La imagen articulada de Cristo, muerto en la Cruz, era desenclavada y descendida, siendo colocada en el Sepulcro. Poco después, al anochecer, desde Santo Domingo partiría el cortejo fúnebre de Cristo, con la imagen del Yacente como centro de esa procesión. Un Yacente que era conducido por las calles de Cartagena en la penumbra de aquellos años, iluminado por los hachones de luz de los penitentes, de aquellos que acompañaban el duelo por el escenario urbano. Unos acompañantes que eran los mismos marrajos, los cartageneros y los amigos y familiares del Nazareno, éstos cada uno en su trono: María Cleofé, María Salomé, María Magdalena, San Juan y la Virgen. Y junto a ellos y junto al Cristo Yacente y a diferencia de los muchos entierros que recorrerían aquellas calles, la presencia simbólica y muda de la Cruz, en la que Cristo había vencido a la Muerte, pero que en esos momentos era recuerdo patente del sacrificio tras el cuerpo sin vida del Nazareno.

Así lo fue durante muchos años, incluso y si hemos de dar fe a lo expuesto por Casal, incluso mucho después de que a comienzos del siglo XIX se produjera la desamortización que expulsaría a los dominicos de Cartagena, dejando abandonado durante años el templo de Santo Domingo, que sería años después rescatado por la Diócesis Castrense. En su artículo de ‘El Noticiero’ afirma que dicha ceremonia continuó celebrándose hasta 1892, cuando ya los marrajos han emprendido un importante cambio en la configuración de sus procesiones, donde se incorporaron nuevos tronos que ya reflejaban escenas completas de la Pasión de Cristo: el Calvario, la Caída, la Piedad, el Descendimiento,…

La Vera Cruz, poco a poco dejó de aparecer en las procesiones del Viernes Santo, y ya de forma definitiva cuando en la década de los veinte se crearon las agrupaciones. Sin embargo, con un acertadísimo proceder, fue elegida como Titular en la procesión del Sábado Santo cuando, ya de forma oficial en 1959, ésta ocupó el espacio procesional que habría de transcurrir entre el Santo Entierro y la Resurrección.

NOTAS:

(1) “Seguían un rico guión y con él ángeles, 16 nazarenos con cola y 16 sin cola por banda y otro coro de música ante el magnífico paso de la Cruz”. VARGAS PONCE, José. Descripción de Cartagena. Citado por Montojo y Maestre en La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno (Marrajos)…
(2) Publicado por Federico Casal en El Noticiero el 27 de marzo de 1945.
(3) Considerada por la propia Cofradía como su principal procesión hasta el punto de sancionar a los hermanos de la misma que no participaran en ella.
(4) CASAL, Federico. Op.cit.

BIBLIOGRAFÍA:

- MONTOJO, Vicente y MAESTRE DE SAN JUAN, Federico: La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno (Marrajos) de Cartagena en los siglos XVII y XVIII.
- “Método y Orden que se debe practicar en la Semana Santa en el Convento de Santo Domingo con su comunidad y arreglo de las procesiones de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno”, del año 1773, citado por CASAL, Federico en El Noticiero el 27 de marzo de 1945

Publicado en la revista 'Agonía' en 2008

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