martes, 8 de junio de 2010

LA FLOR EN EL TRONO CARTAGENERO. LA VIRGEN DE LA PIEDAD

A ojos procesionistas resulta de todo punto inconcebible contemplar un trono cartagenero sin flor. La flor, como elemento fundamental de la concepción del trono adquiere en nuestra ciudad una importancia destacada y particular, pues más que un adorno (exorno lo llaman ahora) para el trono y la imagen que porta, forma en realidad parte del mismo, pues no es posible la contemplación de las cartelas del trono cartagenero sin tener en cuenta este elemento, para cuya colocación están diseñadas.

Encontramos así una primera diferencia entre los tronos que, a modo de una exclusiva peana portan por lo general grupos de varias imágenes, tronos que suelen tener cartelas de motivos artísticos y vegetales, talladas en madera y con formas sinuosas y en las que se distribuyen tulipas en muchos casos talladas, y el llamado trono cartagenero.

Mucho se ha escrito del trono propio de nuestras procesiones el llamado cartagenero. En realidad desconocemos cómo debieron ser los tronos que procesionaron en los siglos XVII y XVIII, aunque Vargas Ponce llega a apuntar detalles que nos hacen pensar que ya por entonces guardaban cierto parecido al que, evolucionado, ha llegado a nuestros días.

En general, viene a coincidirse en que habría de ser el que realizaran el arquitecto Carlos Mancha y el tallista Francisco Requena para la Virgen California a finales del XIX el que marcaría una pauta para lo que hoy conocemos como trono cartagenero.

Se trata de un concepto sencillo: la superposición de dos peanas con sus correspondientes cuatro cartelas en cada una de ellas, manteniendo una proporción en su tamaño y formando una estructura piramidal que culmina la imagen sagrada. Y es entonces cuando entran en juego los dos elementos esenciales del trono cartagenero: la luz y la flor. Como han escrito varios autores, la incorporación de la luz eléctrica permite al trono en nuestras procesiones y por la profusión de puntos de luz en el mismo, apostar decididamente por una estética propia. Pero habrá de ser la flor la que juegue a partir de entonces un papel esencial, pues al margen del adorno que sigue brindando al trono, pasa a ser parte de la cartela, que desprovista mayoritariamente de motivos artísticos propios, busca éstos en las flores que la conforman.

Sin embargo, hasta no hace muchos años, la flor no suplantaba con su abundancia las formas talladas de las cartelas, sino que realzaba el movimiento de los tronos a hombros con su acompasado movimiento, yendo mucho más suelta de lo que ahora nos acostumbran a ver. Habría de ser el trono de San Juan de la Cofradía California el que apueste por una estética de flor más apretada, con formas muy marcadas, opción que poco a poco, es seguida por el resto de tronos.

En el caso de la Piedad, un grupo escultórico que en realidad es considerado como una única imagen a todos los efectos, el trono es netamente cartagenero, aunque, y debido a las características del grupo, adaptado a éstas, siendo más bajo y más ancho.

En las fotos más antiguas que se conservan del mismo, ya con la imagen de José Capuz aunque antes de la Guerra Civil, encontramos como la flor no era un elemento esencial de la configuración del trono de la Piedad, que la distribuía fundamentalmente en las peanas, con una escasa profusión en las cartelas, donde aparece, ya de forma decidida a partir de 1940. Serán estas imágenes de los años cuarenta las que más se asemejen a lo que entendemos como una decoración clásica, a base de claveles que ‘salpican’ las cartelas, con tallo largo que realzará la sensación de movimiento del trono. En general, y aun tratándose de imágenes en blanco y negro, no parece que se varíe del blanco como color del clavel.

Habremos de llegar a los años setenta para encontrar una configuración diferente de la flor, que crece en cantidad y mengua en longitud, incorporando el rojo como variación fundamental y, en pocos años, dando paso a una sucesión de distintos arreglos florales que incorporan la forma propia al adorno floral de las cartelas, dando paso a diseños en algunos casos verdaderamente llamativos, propios, eso sí, de una estética muy peculiar y enmarcada en esos años.

Llegamos así a unos tiempos en los que la mayoría de los tronos cartageneros han apostado por un sobreexceso de flor, dejando el arreglo en manos exclusivamente de los floristas. Exceso que apelmaza el clavel y le confiere un papel muchas veces secundario, enmarcando, en peculiares formas, otros tipos de flor. Surge incluso una corriente que apuesta por la eliminación de la simetría en los tronos, “rompiendo” ésta con colores y formas distintas en las cartelas. Otros parecen instaurar una vuelta a los orígenes, volviendo a ver clavel más suelto, menos apelmazado, más en movimiento.

Lo que sí resulta verdaderamente curioso es que las opciones de una u otra medida, incluso la elección del tipo de flor y el color de ésta suelen surgir en función del gusto o la preferencia de quien ostenta dicha responsabilidad, no siempre y por desgracia, fundamentando esta decisión en criterios históricos o iconográficos, que los hay. La simbología de los colores, su significado, debe ser tenida en cuenta, como también –a mi juicio- que Cartagena es poco proclive históricamente a las mezclas, a los tronos de dos colores (quizá con la excepción del San Pedro) y que además, La Piedad cuenta con la doble ventaja de ser un grupo en sí y al tiempo representar a una Virgen, una doble opción que abre mucho las posibilidades. Ello, sumado a la colocación natural, sin extrañas formas y figuras, seguirá configurando los tronos cartageneros de manera acorde con su historia.

Publicado en 2006 en la revista 'Arriba el Trono'

FOTOGRAFÍA: Camino Alcaraz

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