martes, 8 de junio de 2010

MARCHAS CARTAGENERAS DE PROCESIÓN

Luz, orden, color, música,… Es fácil recurrir a este inventario tópico a la hora de plasmar, en unas pocas palabras, la descripción formal de los elementos que configuran nuestras procesiones.

La música es pues, coincidiremos, uno de los elementos esenciales de la Semana Santa cartagenera, quizá de los más efectivos para conectar la procesión con quien la contempla o quien forma parte de ella. “La música da alas al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación”; así expresaba Platón la capacidad de conmover, de atraer y emocionar que tiene la música.

Desde niños todos recordamos el de las marchas de procesión como un sonido que nos transporta de inmediato, sea cual sea la época del año o el lugar en que las escuchamos, a la calle del Aire. A esos días mágicos en que la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo se materializa en madera y flor, en cadencioso movimiento de penitentes.

Muchas son las marchas que consideramos como esenciales en este recorrido por la memoria cofrade. La columna vertebral de la música de procesión: las marchas de Cebrián, San Miguel, Dorado,… Marchas que revelan un sentimiento universal y que se han hecho cartageneras en Cartagena sin que ni el autor estuviera nunca en la ciudad, ni la misma marcha fuera pensada para nuestras procesiones.

Así, ‘Nuestro Padre Jesús’, ‘Jesús Preso’, ‘Macarena’, ‘Cristo de la Sangre’, ‘Mektub’, ‘Mater Mea’, ‘Virgen del Tura’ y otras tantas joyas de la música de procesión las consideramos propias, pues constituyen nuestra memoria sonora de años de niñez, vestidos de nazarenos, y acompañaron nuestros primeros pasos, ya hachote en mano, tras un sudario en procesión.

Demuestra este concepto universal que es bueno interpretar marchas que, pensadas para otras Semanas Santas, se han adaptado y pueden seguir haciéndolo a nuestra semana mayor. Una importación que se ha de hacer siempre con criterio, que es algo más que buen gusto, y que debe tener en cuenta, como norma fundamental, el ‘tempo’ que el tambor impone en Cartagena, la capacidad de interpretarse al ritmo que una procesión cartagenera conlleva. No todas las marchas, por muy buenas que puedan ser, son interpretables en Cartagena, sin que de ello se derive ningún elemento de juicio para la calidad de la misma.

Tampoco éstas, ni las que se componen de nuevo cuño, deben ir en detrimento de la interpretación de las marchas que consideramos tradicionales, de aquellas que forman la banda sonora de las procesiones que hemos vivido.

Otro reto que entiendo debemos abordar (y los marrajos ya lo hemos hecho en parte) es el de organizar los repertorios de las distintas agrupaciones, evitando la repetición continuada de algunas marchas (decía el gran músico Carlos Santana que "la música es como un menú: no se puede comer lo mismo todos los días"). Respetar la pieza musical tal y como fue concebida por su autor, sin variaciones o licencias que en muchos casos atentan contra la misma naturaleza de la composición. E interpretarla entera, pues en muchas ocasiones, la errónea idea de tocar tan sólo cuando el tercio anda hace que en toda una procesión sea imposible escuchar partes bellísimas de alguna marcha, por la simple razón de que se encuentran en las notas finales de su partitura.

Cartagena vivió una etapa de una auténtica explosión cultural a finales del XIX y principios del XX. En la ciudad se dieron cita algunos de los mejores compositores del momento. Y ellos dejaron también su impronta en nuestras procesiones. Autores como Gómez de Arriba, Javaloyes, Roig Torné, Oliver o Lázaro legaron a la Semana Santa magníficas marchas, de corte cartagenero, marcial y solemne. Con un adecuado ‘tempo’ para desfilar. Marchas que, sin embargo, no es posible escuchar –salvo alguna honrosa excepción- en la actualidad. Junto a ellos, cartageneros que amaban su Semana Santa, como Julio Hernández Costa, su hijo Andrés Hernández Soro y otros muchos, escribieron las marchas que se escuchaban cuando se configuró la actual estructura de nuestra Semana Santa.

Muchas de estas marchas están perdidas, irremisiblemente o acumulando polvo en algún archivo. Otras se conocen y, sin embargo, dejan su sitio a composiciones de escasa calidad y totalmente inadecuadas para nuestras procesiones. La desaparición del Regimiento Sevilla nº40 privó a Cartagena de una de las dos escuelas musicales de su historia, junto a la Infantería de Marina. Así, mientras la obra de los músicos de Marina tuvo solución de continuidad hasta nuestros días, la de los de Tierra pasó al olvido, con las honrosas excepciones de aquellas marchas que fueron “adoptadas” por alguna agrupación, como ‘Santa Agonía’, de José González, o la más antigua de las que suenan por nuestras calles: la ‘El Destierro’, de Vicente Victoria Valls en 1891 (más conocida como ‘San Juan’); también alguna de las marchas de Manuel Berná, quien afortunadamente aún puede asumir en primera persona su propia reivindicación.

Es cierto que la cosa no acabó ahí. Con los años se ha incorporado a nuestro patrimonio musical un buen número de composiciones propias ya de tradición, como las de Torres Escribano, García Segura o algunas marchas de autores casi desconocidos, como ‘Dolorosa’, de Antonio San Nicolás o ‘In Memoriam’, de Agustín Coll Agulló. No debemos, sin embargo, olvidar nuestros valiosos orígenes.

Material hay, bueno y suficiente, para plantearse la recuperación del mismo en formato sonoro, pero sobre todo, para replantear la plantilla de marchas que escuchamos hoy. No es de recibo escuchar ‘Esperanza Marinera’ un Martes Santo, como tampoco algunas de las otras recientes importaciones andaluzas. Miremos a nuestros orígenes, a nuestra historia, y veremos que en esta materia, en la Guerra sólo se limitaron a destruir lo que había, sin sustituirlo por nada peor: de eso ya nos encargamos nosotros con el tiempo.

Publicado en 2005 en la revista 'Capirote'

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