lunes, 7 de junio de 2010

OTRAS HISTORIAS Y TEORIAS: LOS APELATIVOS DE ‘MARRAJOS’ Y ‘CALIFORNIOS’

Hay aspectos de nuestra Semana Santa sobre los que el tiempo ha ido dejando caer lentamente una pátina de tradición y antigüedad que, en muchas ocasiones, ha conseguido dar certeza a lo que en un principio fueron meras especulaciones sin base histórica. En otros casos, las leyendas, la tradición popular, ha ido tomando cuerpo sin que se llegue a cuestionar el origen de muchas de estas aseveraciones. Entre estas cuestiones de origen oscuro y hoy día consideradas casi como verdades de fe podemos referirnos a los apelativos de las cofradías cartageneras, los 'marrajos' y los 'californios'.

Los apelativos, los motes con que las familias o los gremios se asociaban desde antiguo conforman una parte importante de nuestra Historia, desafortunadamente cada vez en mayor desuso. En Cartagena, tan “bordesicos” nosotros, es de suponer que los motes que nuestros antepasados se pusieron los unos a los otros deberían ser dignos de estudio, una tarea que desgraciadamente hoy día resulta difícil por la falta de documentación sobre esta materia. El Diccionario de la Real Academia Española define mote como el “sobrenombre que se da a una persona por una cualidad o condición suya” (1). Podemos imaginar que dicha cualidad o condición no debiera necesariamente ser positiva, sino más bien al contrario. Muchos de estos motes no serían necesariamente “cariñosos”, sino que serían usados con la picardía necesaria para zaherir al vecino.

La Cofradía de “los marrajos”

El término 'marrajo' no es un calificativo que pudiéramos calificar de agradable. En los siglos de capa y espada (en los que tuvo su origen la hermandad morada) su uso estaba reservado a los “bravos” en su acepción ahora en desuso de “valentones”, a los pillos o pendencieros. Era poco menos que un insulto entre nuestros antepasados, algo que podemos leer, sin ir más lejos, en la obra de nuestro paisano, el académico ‘marrajo’ Pérez Reverte, experto en el lenguaje de los pillos del Siglo de Oro, tema sobre el que articuló su discurso de ingreso en la Real Academia Española (2).

Es evidentemente cierto que marrajo, además de “Cauto, astuto, difícil de engañar y que encubre dañada intención” (segunda acepción del Diccionario de la RAE) es también un escualo, un tiburón (como curiosidad, de nombre científico “Isurus oxyrinchus”), y tampoco parece éste un apelativo que se pueda recibir de buen agrado. Igualmente es fácil deducir que el uso del mismo epíteto para definir ambas acepciones tendría una obvia conexión.

El marrajo es un escualo de dimensiones pequeñas si las comparamos con otros sujetos de su familia, pero importantes en la comparación con el resto de especies pescadas en nuestras costas. No parece como algo a priori cuestionable que nuestros antepasados, los pescadores que hubieron de ser los primeros devotos del Nazareno, pudieran destinar el fruto de las ventas de sus marrajos a las arcas de la Cofradía. Debió ser éste un detalle llamativo, y con toda seguridad les hizo recibir el apelativo, no exento de ciertas dosis bordes o despectivas, de “los marrajos”, lo que supongo que a estos marineros les haría bastante poca gracia. Cosa diferente además era ser conocidos como la “Cofradía de los marrajos” a llamar directamente “marrajo” a cualquiera de sus miembros. El tiempo, que ha ido descargando de contenido las palabras y porqué no, un poco de quijotismo, han hecho el resto, y hoy somos nosotros los que nos autonombramos 'marrajos', y con todo orgullo.

Como no hay nada mejor que la rivalidad para agudizar el ingenio, la llegada de otra Cofradía a nuestras procesiones serviría para que este calificativo fuera repetido una y mil veces de los de Santa María a los de Santo Domingo, que no se quedarían cortos –seguro- en su réplica.

La Cofradía de “los californios”

Cruzando la Calle del Aire, dice la “tradición popular” que engrosaron la Cofradía del Prendimiento al poco de su fundación unos marinos enriquecidos venidos de la americana California, aunque la propia página web de esta Cofradía (3) ya cuestiona el momento en que esto se produjo, posponiéndolo a mediados del XIX. Y es que, aun conservándose documentación de aquella época, no ha habido forma de encontrar constancia real de la presencia de estos marinos.

En América, California, a mediados del XVIII, era una zona inhóspita habitada por rancheros, misioneros y mineros. En 1769 se estableció en esa tierra (entonces parte de la Corona de España) la primera misión franciscana. En ella, los mestizos, mezcla de mexicano, indio y español, eran llamados californios. No era todavía en esos primeros momentos California una referencia importante entre el pueblo llano, ni mucho menos conocida, cuando el XLV Virrey de Nueva España, el Marqués de Croix realizaba las primeras incursiones antes de retornar a España, más concretamente a Valencia, en 1771. El único marino destacado entre las tropas de Croix era Bernardo Gálvez, quien pese a que el apellido nos resulte familiar, era natural de Málaga y a su retorno a nuestro país tuvo destinos únicamente en Sevilla y Avila, antes de retornar a América para convertirse en héroe de guerra. No era aún momento de enriquecerse en esa tierra, y menos de que un marinero anónimo diera nombre, aunque fuera como apelativo, a una adinerada cofradía. Curiosamente la oportunidad de adquirir riqueza en esa época y ese virreinato se limitaba a la lotería de la Nueva España, que el referido Virrey creara en 1769. Por cierto las tropas de las que disponía Croix en su paso por América eran las del Regimiento de Zamora.

Si saltamos a la segunda fecha que la hermandad encarnada aporta sobre su calificativo de “californios”, la segunda mitad del siglo XIX, cuando México cede California a los Estados Unidos, y se descubren sus minas de oro, plata y mercurio, debemos tener en cuenta que desde 1821 España no ostentaba la soberanía en California, quedando la misma bajo dominio mexicano hasta 1848 en que pasa a ser parte de la Unión y que se acepta como punto en que se descubre la riqueza de las minas de esta tierra. Por tanto serían ya los norteamericanos los que obtendrían los beneficios de éstas y, en todo caso, que sería difícil que cualquier español (mucho menos un marino) permaneciera tantos años después de finalizar el dominio de la Corona española en esas tierras, y además fuera alguien enriquecido que llegara a Cartagena sin que se conserven referencias de su biografía en fechas relativamente recientes.

Lo que sí resulta incuestionable es el origen acomodado de los del Prendimiento. Apenas unos años después de su fundación ya habían completado todo su patrimonio escultórico ni más ni menos que de la mano del más reputado imaginero de la época, Francisco Salzillo, consiguiendo en trece años contar con capilla propia y en tres lustros con la totalidad de sus imágenes.

Creo que para buscar una referencia más fidedigna del uso de tal apelativo deberíamos centrarnos en los orígenes del nombre que se diera a esa tierra americana, California. Un conocidísimo (en su época) libro del siglo XVI, “Las Sergas de Esplandián” (4), epílogo o continuación del “Amadís de Gaula” (es considerado el quinto libro del mismo) habla de una isla mítica llamada California: “Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una isla llamada California...la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún hombre entre ellas hubiese, que casi como las Amazonas era su manera de vivir. Estas era de valientes cuerpos y esforzados y ardientes corazones y de grandes fuerzas, la ínsula en sí la más muerte de rocas y bravas peñas que en el mundo se hallaba; sus armas eran todas de oro..., que en toda la isla no había otro metal alguno”. Desde 1539 al retorno de un viaje de Francisco de Ulloa se conoce así a esta región en el oeste norteamericano descubierta pocos años antes por Hernán Cortés.

Californio pues era un sinónimo de riqueza, y no parece descabellado que ante el alarde de fastuosidad (en su propio vocabulario) (5) de los del Prendimiento, los cartageneros del XIX se refirieran a ellos como los “californios”, no sin que ello llevara una cierta dosis de venganza de las clases más populares o “los marrajos” contra los ricos recién incorporados a la Semana Santa, aunque no vinieran de California. Podemos incluso encontrar un parangón en un enfrentamiento similar –motes incluidos- que se da en el fútbol argentino. En Buenos Aires hay por encima de todo dos equipos, el Boca Juniors, de la Boca, un barrio pobre y el River Plate. A los primeros los llaman “los bosteros”, haciendo mención al olor a ganado del populacho, a los segundos despectivamente “los millonarios”, habiendo pasado estos motes de un origen insultante a haber sido adoptados con orgullo por unos y otros.

Por tanto, muy probablemente las primeras batallas dialécticas entre ‘calis’ y ‘marras’ tuvieran como protagonista no la defensa del propio calificativo, sino el uso peyorativo del mismo: “eres un marrajo”, “tú un californio”,… serían las lindezas de los niños que de mayores probablemente fueron los que asistieron, ya con las sienes plateadas al nacimiento de las Agrupaciones que aportarían muchos más apelativos que serían, eso sí, motivo de otra historia.


NOTAS:

1 Diccionario de la Real Academia Española. Edición 2002.
2 Pérez Reverte, Arturo. “El Habla de un bravo del siglo XVII”. Intervención pronunciada el 12 de junio de 2003 con motivo de su ingreso en la Real Academia Española.
3 www.cofradiacalifornia.org
4 Garci Ordóñez de Montalvo. “Las Sergas de Esplandián”. Sevilla 1510.
5 Id. 3.


Artículo publicado en 2004 en 'Ecos del Nazareno'

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